CARTAS

A esto algunos lo llaman cruces

Ricardo Muñoz Martín

Son las cinco de la tarde. Una joven está meando entre dos coches mientras otra la cubre. Lo niños del barrio sortean a su amiga para verla, entre risas, y alguno, más travieso intenta tocarle el culo. En la calle de abajo, demasiado próxima al Campo del Príncipe, en dos horas he contado más de 70 meones, pero deben haber sobrepasado la centena. A mi calle apenas suben lo más vergonzosos (por docenas) aunque responden desafiantes cuando les increpamos.

Mi vecina se pasa la tarde y hasta pasada la medianoche en el balcón, vigilando que no se meen en nuestras puertas. No es ninguna tontería: Al fin y al cabo, el año pasado se cagaron en mis escalones y la puerta antigua y restaurada que me obligó a poner el Ayuntamiento, por estar en una zona protegida como Patrimonio de la Humanidad, alabea y sufre en los bajos por las micciones de los jóvenes granadinos tras no llega a dos años de inauguración de la casa restaurada. El vecino de mi derecha, un septuagenario con problemas de corazón, también hace guardia, y atiende estupefacto al grupo de jóvenes que corta, se mete y vende rayas de coca hasta las dos de la mañana sobre los escalones de su vecina. Su hija está contenta, para mi sorpresa, porque el año pasado tuvo que montar guardia toda la familia, ya que para ocultar sus miembros a los que pasan dando gritos calle arriba y abajo los celebrantes también meaban en sus ventanas y por debajo de la puerta los orines se colaron metro y medio dentro de su casa. Lo mismo ha ocurrido con el garaje de mi vecino de arriba, que este año no ha puesto el parapeto de madera que lo protegió el año pasado. Mala suerte. Los corrillos que gritan y beben hasta las cuatro de la madrugada se organizan para mear por turnos mientras otros van rulando sus porritos.

Una amiga, que tiene invitados, me cuenta que apenas se atreven a salir de noche por el peligro que suponen los borrachos. Otro me cuenta que una pareja los ha despertado a gritos a las tres y media en una pelea sentimental en su placeta, pero que se han dormido reconfortados con el ruido rítmico del coche sobre el cual copulan para reconciliarse.

Afortunadamente (¿o no?), a la mañana no hay condones que recoger. Eso sí, slalom mortal de vomiteras. Y el hedor que te acompaña hasta llegar a Santa Escolástica.

La Policía Municipal responde que están desbordados y que son muchas las llamadas idénticas. Muy amable, responde a mi pregunta por soluciones señalando la proximidad de las elecciones municipales. Yo me pregunto por qué se conceden licencias a los hosteleros de la zona que cierran sus establecimientos para que la avalancha no estropee sus locales. Me pregunto por qué se conceden tantas licencias para subvertir una fiesta y convertirla en un botellón colectivo. Me pregunto por qué no contratan guardas jurados para que defiendan a los vecinos y su patrimonio. Por qué no hay urinarios de campaña. Me pregunto por el modelo de ocio, de diversión y de turismo que tienen los responsables. ¿Responsables?

Por la mañana recogemos los vasos de plástico e intentamos limpiar las fachadas y la calle. Ahora podremos descansar y quizás alegrarnos de la llegada de la Primavera. A mi vecino del garaje los orines le han entrado hasta tres metros y le han estropeado archivos de su empresa. Resignado, como los de enfrente, se había ido a la playa, porque lleva así diez años. Ha terminado la violación ritual de los vecinos del Realejo alto, hasta el año que viene. Otros lo llaman las cruces.

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