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Granada, 6/5/3

TRIBUNA

Una mujer histérica detrás de un caballo

VICTORIA FERNÁNDEZ / PERIODISTA

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TRES de mayo. Día de la Cruz. Eran las nueve y media de la noche cuando una mujer y tres niños se dirigen en coche hacia su casa, en el barrio del Realejo. Entran por el Callejón del Señor, una calle de apenas tres metros de ancho y, a mitad del camino se encuentran de frente, y por dirección prohibida, a cuatro altivos caballistas, de esos que dan tipismo y vistosidad a la fiesta: morenos, engominados, sombrero de ala ancha, vestidos de corto (gris o negro) y calzados a lo campero... Todo un símbolo andaluz con caras que nunca se olvidan como, tampoco, los hierros de su ganadería. La mujer les pide que den marcha atrás para continuar su marcha. Los caballos relinchan. Ellos callan. El que va delante, en un gesto de bravuconería, lanza al caballo por encima del coche aprovechando un espacio inferior a los cincuenta centímetros. Logra pasar. El vehículo se tambalea, arranca el espejo retrovisor, rompe el cristal de la ventana trasera y el pánico cunde entre todos los que están en su interior. Los niños gritan y lloran al caerles los cristales encima y ver una mole de carne a pocos centímetros de su cuerpo. El agresor huye aprovechando la confusión y sabedor de quién domina en ese momento la situación: él, sólo él, un machote encima de un caballo por él sometido. Ni se atrevió a bajar al suelo; arriba, controlando las riendas, estaba seguro.

Sigue la historia. Tras la huida del primer caballista quedaban, al menos, otros tres a quienes seguirles la pista, pero se dan la vuelta como si nada hubiera pasado o en previsión de que algo pudiera ocurrir. El coche los persigue por todo el entramado de callejuelas del Realejo para que hagan frente a su fechoría (perdón, la de su compañero) pero se inhiben. No quieren saber nada del tema. Al final, también consiguen escapar aprovechando la marea humana que impedía la movilidad del coche. Puede que después se reagruparan y ya en el suelo, valientes ante una barra y un vaso de vino, se rieran de la machada .

En la trama también interviene la Policía Local a la que, vía móvil, se le da cuenta de lo que está ocurriendo. Llegan, pero tarde. Los caballistas han desaparecido. Un ciudadano le pregunta a uno de los policías sobre lo que está pasando y éste le responde:

- Nada. Una mujer histérica que va detrás de un caballo.

Efectivamente. Esa mujer histérica, indignada, presa del pánico y la impotencia, soy yo. La misma a quien el sentido práctico le lleva a pedir al caballista bravucón que haga frente a los daños materiales que ocasionó al vehículo pues los anímicos han ido a costa del lexatín . Soy esa misma persona -histérica mujer- a quien la rabia le induce a pedir la colaboración ciudadana para sentar en el banquillo a esos irresponsables caballistas que, impunemente, se pasean y pasearán prepotentes entre miles de granadinos que, a pie, salen a la calle para disfrutar en paz de un día de fiesta. Soy yo, una simple ciudadana, a quien el sentido común le obliga a pedir al Ayuntamiento que prohíba la presencia de caballistas en festividades intrínsecamente peatonales o que les fije zonas concretas donde puedan lucirse y lucir su poderío.

Por último, esta mujer, ciudadana e histérica animaría a todos los granadinos a que no sean indiferentes ante hechos como éste. Granada no es de esos pocos personajillos . Granada es nuestra.

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