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Madrid, 25/07/05

Vuelve el botellón, «pasando de polis»

- Algunos parques se llenan de jóvenes que beben alcohol sin que los agentes que pasan junto a ellos hagan nada - En el centro, los orientales ofrecen botellas que llevan ocultas en mochilas - Las tiendas venden bebidas después de la hora prohibida, las 10 de la noche.
Sábado 23 de julio, once de la noche. Decenas de jóvenes hacen botellón en el parque del Oeste, la Policía no les dice nada. Pasan, miran y se van. En Malasaña se repite la historia. Allí el alcohol lo ofrecen orientales que llevan en sus mochilas pequeñas despensas. ¿Ha vuelto el botellón? Se prohibió en 2002.

MARIA VIDAL

Botellón
Varios jóvenes celebraban ayer un botellón en el parque del Oeste
La temida patrulla de Policía, que aparecía antes en los parques y desalojaba a todos los presentes privándoles del botellón, ha dejado de dar miedo a los jóvenes. De hecho, aseguran que lo hacen aunque estén los agentes cerca porque no les dicen nada. «La Policía está ahí. Nunca nos dice nada. Yo creo que están más que nada para vigilar que no haya peleas», decía ayer Carlos, que junto a sus amigos bebían en un parque, el del Oeste. Jorge confirmaba estas palabras, pero matizaba el por qué: «Siempre están ahí, pero creo que es sólo porque, como suele haber grupos nazis en la zona, tienen que asegurarse de que no pase nada». Por su parte, Samuel y Gonzalo opinan que es por las drogas: «muchas veces ha venido la “poli” y ha registrado si teníamos droga, pero veían las botellas de alcohol y no decían nada».

Han pasado de tenerles miedo a perderles el respeto. Denuncian enfervorecidos el trato que han recibido de los agentes durante todos estos años de prohibición, y se extienden contando innumerables anécdotas de persecuciones y carreras. Beatriz y sus amigos recuerdan que una vez tuvieron que salir corriendo y, mientras huían, vieron cómo los efectivos se guardaban las botellas en el maletero y sólo tiraban los refrescos. Christian, Aitor y Ángel sufrieron en sus carnes los efectos de esta «ley seca»: «Nos pidieron los datos porque nos pillaron bebiendo y tuvimos que asistir a unas charlas para no pagar los 400 euros de la multa».

Mochilas con botellas. En Malasaña, muchos han desarrollado ya un juego en el que, por turnos, hacen guardia en las esquinas de las calles para avisar al grupo en el caso de que aparezca algún agente. Como Víctor, todos coinciden en que, en caso de que vinieran, «saldríamos corriendo y en cuanto se fueran de aquí volveríamos». Ángel y sus amigos creen que «con hacer un grupo grande, vale. Si hay mucha gente la “poli” no se atreve a meterse ni a decir nada».

En esta zona, antiguo «botellódromo» por excelencia, la venta de alcohol ha salido de los comercios. Aquí, y en toda la zona centro, las prohibidas bebidas se ofrecen a la carta, en la mano. Orientales, principalmente, denuncian los propios jóvenes, recorren las calles con sus mochilas llenas de botellas que ofrecen en la clandestinidad. «En Gran Vía, muchas veces pasan chinos que te venden por la calle el alcohol», contaba Ángel, que aseguraba también que esta compra supone un ahorro. «Son mazo de baratas».

Venta ilegal en comercios. La norma regional prohíbe, además del consumo de alcohol en la vía pública, su venta a menores y a cualquiera a partir de las 10 de la noche. Sin embargo, muchos comercios, en especial los famosos «chinos», se saltan la restricción. Los jóvenes lo saben y acuden a ellos a las doce o la una de la noche y obtienen su bebida sin apenas problemas. Laura y sus amigos, que bebían ayer en el Parque del Oeste, reconocían que el alcohol que consumían lo acababan de comprar en un chino de los alrededores. «No diremos en cuál porque es algo recíproco: ellos nos hacen el favor de vendérnoslo, y nosostros no decimos nada; pero es cierto que en muchos sitios te venden alcohol más tarde de las diez aunque esté prohibido».

Todos conocen el procedimiento y lo siguen estrictamente porque saben que, si no, se quedan sin suministro: «Tú llegas al “chino”, le das un poco de bolilla y le dices que tienes el coche ahí al lado y que lo vas a guardar corriendo, y te lo venden». Carlos aseguraba que «si llevas una mochila, ellos te meten rápido las botellas y no hay problema». La venta de alcohol fuera de horas es el gran negocio de estos comercios. Al ser los únicos que se saltan la prohibición, son conocidos por todos y hacen su agosto vendiendo las botellas fuera de horario y un par de euros más caras.

Beber en grupo. Es raro encontrar grupos aislados de jóvenes bebiendo. Los que lo hacen, se esconden en portales de edificios o buscan sitios oscuros, porque saben que, estando solos, es más fácil que les digan algo. Todos saben de sobra que está prohibido, pero no les importa. Verónica dice que le da igual la Ley:

«Siempre hemos hecho botellón y vamos a seguir haciéndolo». Y es que esta particular fiesta es ya una cultura para ellos. Pocos conciben un fin de semana sin ella. Jorge comenta que «no te vas a meter en una discoteca a las once de la noche. Desde siempre se ha hecho así: sales primero a hacer botellón y luego ya vas a algún sitio a bailar un poco», explicaba.

Sin el botellón sus noches no serían lo mismo. Samuel comentaba sus ventajas: «Podemos hablar con nuestros amigos tranquilamente sin tener la música de fondo; cuesta menos dinero y no tenemos que hablar a gritos ni gastarnos una pasta en copas».

En un principio, la promulgación de la Ley sentó como un jarro de agua fría entre los jóvenes. Todos pensaron que nunca más podrían pasárselo bien bebiendo en un parque con sus amigos; y, aunque al principio era más difícil y los policías eran muy estrictos en cuanto a la aplicación de la norma, las cosas se han relajado ahora y esta cultura vuelve a la calle.

Mari explicaba que «al principio se notaba más porque había muchos más sustos, pero ahora se vuelve a hacer botellón». Daniel recordaba que «al principio se tomaba a rajatabla y ponían muchas multas, pero ya no». Aitor considera que «la policía ya no viene porque pasan de tener líos».

Normalmente, se corre la voz en colegios y universidades de cuáles son los sitios que en cada época están menos vigilados y todos acuden a ellos hasta que la Policía se entera y va a vigilarlos. Entonces buscarán otros sitios y seguirá así esta persecución de gato contra ratón en la que los jóvenes parecen llevar las de ganar. Pedro considera que «Madrid es muy grande y siempre habrá algún sitio en el que no haya patrullas». Aitor denunciaba que «en todos lados se producen robos y es absurdo que la Policía esté pendiente del botellón y no se ocupe de otras cosas más importantes». Él y sus colegas creen que deberían dejarles en paz: «No molestamos a nadie y no tienen por qué venir a fastidiarnos la noche».

Ruido y basura. En los parques no suelen molestar a nadie, como dicen, pero el problema reside en aquellos que beben en las calles céntricas porque están junto a la discoteca a la que luego van a ir y no se paran a pensar en las molestias que ocasionan a los que viven allí: ruido hasta altas horas de la noche, montañas de basura que se encontrarán en las puertas de sus casas cuando despierten... Los jóvenes entienden el enfado de los vecinos, y procuran no programar allí su botellón.

Sin embargo, hay veces que no queda más remedio porque, como decía Ángel, «es mejor dejar el coche que cogerlo luego para ir al garito y que te pase algo por el camino por haber bebido». Muchas son las leyendas que cuentan historias de vecinos enfadados que llaman la atención a los grupos o que les tiran cubos de agua para disolver la reunión, pero ellos mismos reconocen, como Carlos, que «si alguien hiciera botellón cerca de mi casa, le diría que se fuera a otro sitio».

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