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Palma de Mallorca, 23/01/04
Cosas que le haría
Carlos Garrido
Todas las noches me entrego a un juego. Yo le llamo "cosas que le haría". En otros tiempos, me dormía contando ovejitas. Ahora lo intento maldiciendo al inventor de esas motocicletas a escape libre que llenan las noches de churretes sónicos. Caballos enloquecidos montados por jóvenes con casco de jockey. Destripadoras del silencio. Killers del sueño ajeno.Desvelado, imagino lo que le haría al inventor de ese artilugio. Al maldito responsable de esa plaga petiforme que resuena en calles y avenidas.
Mi primera imaginación es elemental. Consistiría en colocarle el tubo de escape en uno de los orificios mayores del cuerpo. Y accionar con furia el acelerador. Prrrm, prmmm. Así sentiría en sus propias carnes el tormento al que nos somete.
Doy unas vueltas entre las sábanas. Y cuando pasan dos motorinos más, cedo a mis sugestiones más crueles. Colocarlo debajo de una alfombra de fakir, de esas tapizadas de clavos, y pasar una y otra vez con la moto de marras. Rass, rass.
Eso me tranquiliza un poco. Hasta que vuelven a pasar dos pedomotores más. Resuenan por las calles vacías como un spitfire cayendo en picado sobre su enemigo.
Abriendo un poco los ojos, me represento al inventor de la moto insilenciosa con la mano colocada en la abertura del sillín. "¿Así que te gustan los ruidos, eh?" sueño que le digo. Y entonces aprieto con fuerza el asiento sobre sus dedos. Ñac, ñac, ñac. El grita. Yo río con furia satánica. Toma ya.
Así sucesivamente.
Las motos nocturnas no sólo me han robado el sueño. Además me han convertido en un psicópata.
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