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Cáceres, 29/4/2001

Ciudades patrimonio del 'botellon'

Volvamos por un momento a los diecisiete años. Reconozcamos sin el maquillaje propio del cariño paterno que el botellón es ya un hábito heredado de unos hermanos a otros, y que nos lo pasamos bien cada jueves, viernes y sábado, cuando abarrotamos la plaza mayor de turno. Que es lo que hay y que la tribu manda. Admitamos también que a veces hay broncas. Casi siempre copas de más. Y que esa cita a ciegas con la noche para miles de jóvenes extremeños tiene hora fija y lugar marcados en otras partes de España, donde también es un problema grave en busca de solución. Pero, ¿qué solución?

Ahora, regresemos al futuro. Encuestas de la Administración extremeña, elaboradas in situ y por chavales que conocen bien la noche, revelan que son más de ocho de cada diez los habituales del botellón que admiten consumir alcohol cada fin de semana en Extremadura. El consumo de drogas arroja una proporción más alarmante: el 54% de los consultados dicen 'sí' a algún porrito y quién sabe si a unos tiros de coca. Esto se pone feo.

Cambiando ya de registro y libres de prejuicios, no antes, podremos juzgar una realidad y proponer opciones para mejorarla. Todas las capitales extremeñas parecen afectadas por el botellón. Se habla de alcoholismo prematuro, de vandalismo, de enormes gastos en limpieza pública, de mala imagen de nuestras ciudades de cara al turismo, de quejas generalizadas por parte de los vecinos de los cascos históricos... Y los jóvenes siguen creciendo a 'su' manera, que no es la de todos. Problema por problema, conviene puntualizar.

Alcohólicos prematuros.
Libres de prejuicios, repito, debemos aceptar que eliminar el botellón es una batalla casi perdida de antemano. Nosotros, los adultos, reprobamos a los jóvenes. Nos rasgamos las vestiduras. Pero olvidamos que la España del alcohol es parte intrínseca de las relaciones sociales. Los 'mayores' bebemos con nuestros amigos, y también lo hacemos ante nuestros hijos. Y llegados a este punto conviene no olvidar que la legislación prohíbe la venta de alcohol a menores de dieciséis años. ¿Dónde lo compran estos chavales? Esta es una de las claves del problema: perseguir a quienes permiten a un menor salir de su establecimiento cargado de botellas. Pese a quien pese, esto es un delito.
Vandalismo.
Evidentemente, no es patrimonio de la juventud. Casi en cualquier manifestación de adultos destaca siempre una docena de sujetos que se dedican a demostrar su buena educación tirando contenedores y quemando papeleras. ¿Es tan extraño entonces que esto se repita en una concentración de adolescentes? En estos casos, las fuerzas del orden municipales tienen que tener la última palabra.
Gasto en limpieza pública.
Esta es, hasta ahora, prácticamente la única crítica que cuenta con una base objetiva: los números. Hasta cincuenta millones anuales, solamente en una ciudad extremeña, se destinan a limpiar los despojos de los botellones. ¿Cuál es el problema? ¿Falta de contenedores? ¿Falta de educación? Probablemente una mezcla de ambos factores. Pero mientras el botellón siga en la calle y seguirá, ya que nuestros alcaldes saben mejor que nadie que los adolescentes son futuros votantes, lo más lógico es habilitar los medios necesarios para que su visita pase lo más inadvertida posible. Por un lado, es preciso que dispongan de contenedores suficientes para retirar los cascos de las botellas y los vasos de plástico. Por otro, se debe sancionar a quienes no lo hagan.
Quejas vecinales.
El quid de la cuestión. Los vecinos de las zonas elegidas por los jóvenes para divertirse son quienes realmente sufren. Ruidos, música, gritos, insultos... Y llevan razón. Tienen derecho a dormir tranquilos y a subir a su casa sin que un par de adolescentes borrachos se metan con ellos. ¿Cómo se soluciona esto? ¿Habilitando zonas para el botellón donde no se moleste a nadie? Posiblemente entonces no faltarían voces críticas acusando a los alcaldes de potenciar el alcoholismo juvenil, el vandalismo, etcétera.

El laberinto comienza aquí. Antes de tomar cualquier otra decisión, Extremadura tiene que saber si va a aceptar o no el botellón. Si así lo hace, debe entonces armonizar su existencia con la de todos los ciudadanos. Pero no sólo abriendo bibliotecas y polideportivos por la noche, sino potenciando el deporte base, por ejemplo, para que los jóvenes aprendan otra forma de vida, en la que la noche no sea tan importante. Ningún chico de dieciséis años preferirá irse solo a la biblioteca mientras sus amigos se divierten en la plaza mayor ligando. Se le consideraría incluso un bicho raro. Pero, quizá, es una idea, si todos sus amigos forman parte de un equipo de cualquier deporte no le costará tanto dejar de salir todos los sábados. Esta es una opción, pero tiene que haber muchas más, como potenciar los controles de alcoholemia para algunos jóvenes conductores a las puertas de nuestras plazas mayores, e incluso pactar con determinados hosteleros unos precios no tan gravosos. Sólo hace falta buscar alternativas. Pero, si finalmente no optamos por medidas coercitivas, siempre deberíamos pensar en el gusto del consumidor. Y dejar de mirar para otro lado, como suelen hacer muchos de nuestros alcaldes.

jrodriguezelperiodico.com

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