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Palma de Mallorca, 29/04/2001

No hagan ruido

FRANCESC M. ROTGER

El Ayuntamiento de Palma ha distribuido a doscientos cincuenta bares y restaurantes, de las zonas del término municipal donde se supone que se origina más barullo, mil ceniceros en los que se exhorta a los usuarios (de los bares; o más bien de los ceniceros) a que no hagan ruido. Salen a cuatro ceniceros por bar o por restaurante. Esto de los ceniceros es bonito: antes se hacían ceniceros para casi todo y había ceniceros con la imagen de La Seu, ceniceros de plata o que parecían de plata que te regalaban cuando te jubilabas y que pesaban como paquidermos en brazos y ceniceros de ésos de regalar a los amigos, que llevaban escrito algo así como: ¿pero no habías prometido dejar de fumar el 1 de enero? Ahora que fumar se ha vuelto antisocial (con fundamento; todo hay que decirlo), lo último que se le ocurre a alguien es regalarte un cenicero, es como decirte: anda, sigue envenenándote y de paso envenando a la concurrencia. En Montevideo, en los cafés no te ponen un cenicero en la mesa hasta que lo pides, y te lo traen de mala gana. En Madrid la ceniza la tiran directamente al suelo, con las cáscaras de las gambas.

Afortunadamente el Ayuntamiento de Palma no es tan tiquismiquis y sabe que un cenicero es un arma contundente para concienciar a la plebe. Claro que es curioso que te reclame silencio el mismo Ayuntamiento que desde hace años (sin duda por motivos justificados; ésa es otra) te tiene la ciudad patas arriba, o deja que la ciudad esté patas arriba, con zanjas abiertas por doquier y taladradoras trepidando desde que sale el Sol hasta el ocaso.

No sé si mil ceniceros, aunque son bastantes, van a ser suficientes para que esta ciudad vuelva a ser la capital de eso que un día se llamó la isla de la calma, y no ese caos sonoro en que últimamente se ha convertido. Más que ceniceros, quizás habría que recuperar aquellos carteles que antiguamente colgaban en algunos bares, y que prohibían taxativamente cantar (mal), bajo pena de multa, por aquel entonces debía de ser de una peseta y ahora habría que subirla por lo menos a un euro, en plan ecotasa. Sólo que, además de cantar, habría que prohibir también (por ejemplo) levantar aceras, darle gas a la moto por las Avenidas, contarle la vida a gritos al chófer desde la otra punta del autobús, contarle la vida a gritos a la vecina por el móvil mientras se baja Jaume III(que ni el móvil haría falta, porque con ese volumen seguro que se entera desde Son Gotleu) o pasearse con el radiocasé con Los Chunguitos por la playa. ¿Quién va a ser el genio que proponga que también esto se lo enseñen a la gente en la escuela?

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