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Granada, 7/4/2000
Puerta Real

La botella de Carpanta

JOSE VICENTE PASCUAL

Carpanta y su amigo Protasio vivían debajo de un puente, se sentaban a conversar, comían cualquier piltrafilla y bebían a morro una botella de vino barato y nadie se metía con ellos porque eran muy discretos y no organizaban gresca y nunca, que se sepa, se les vio borrachos, arrancando papeleras o dando patadas a los contenedores de basura. Carpanta y Protasio, como buenos y dóciles desahuciados que eran, sabían estar en su sitio. No así ocurre con la juventud desahuciada de nuestra exquisita sociedad democrática. Para los jóvenes no hay un lugar bajo el sol, y la noche sólo les ofrece plazas públicas y alcohol barato. Y luego pasa lo que pasa.

Cuando los jóvenes noctámbulos, en su mayoría estudiantes, eran un bien público que nutría las principales actividades económicas de esta ciudad, nadie se quejaba de ellos: restaurantes económicos donde se servía bazofia, cuchitriles indecentes llamados pisos de estudiantes alquilados a precios exorbitantes («total, pagáis la renta entre cuatro o cinco y os sale muy barato», se les decía), y locales donde podía uno beber cerveza con los amigos entre olores a fritanga, aceite rancio y orín de retrete de estación... eso era todo lo que nuestra ciudad ofrecía al estudiantado, a los jóvenes en general, y esta gente, cómo no, ha ido acostumbrándose a la cultura del mucho por poco: mucho alcohol, mucha pringue, mucha roña y mucho deambular por poco dinero. Bien aprendido lo tienen: «total, se paga entre cuatro o cinco y sale muy barato». En aún cercana época, un buen puñado de granadinos se enriquecieron portentosamente con la recalificación de los terrenos próximos a la vega, y quien antes se ganaba el pan cultivando maíz o proveyendo a Puleva de leche de vaca se vio, de buenas a primeras, con una docena de propiedades inmobiliarias inscritas a su nombre en el registro. Y nadie se quejaba, claro. Esos inmuebles se alquilaban a estudiantes y todos tan contentos. Lo malo es que el decurso del tiempo, tozudamente, se empeña en demostrarnos que quien siembra vientos recoge tempestades. Ya no hablamos de unos cuantos estudiantes de pueblo que salen a divertirse los fines de semana con la guía del tapeo barato bajo el brazo, sino de miles de jóvenes educados en el mucho por poco, los cuales, no hace falta decirlo, meten un jaleo insoportable; y quienes heredaron el beneficio de la especulación y crecimiento en vertical de los terrenos de la vega, ahora se quejan. Con razón se quejan, pero demasiado tarde porque a la inmensa cultura de lo malo, feo y barato no hay quien la detenga. Y resulta que la culpa de todo esto la tiene, según los afectados, el alcalde la ciudad.

Volcar basura y botellas y vidrios rotos ante la casa del alcalde es una forma de protesta tan absolutamente inútil como arbitraria. Nuestra juventud lleva berreando de noche (porque durante el día no pueden decir palabra) desde hace muchas décadas, y la cuestión abarca matices muy delicados en los que se involucran las ordenanzas municipales con la educación impartida en el seno de la familia y los centros de enseñanza, la voracidad dineraria de los dueños de pubs y bares (donde una copa de ginebra sale por un ojo de la cara), con el sabroso negocio que están haciendo los regentarios de tiendas tipo frutos secos, el derecho a descansar con el derecho individual a correrse una juerga cuando a uno le apetezca, quiera y pueda. Lo problemático es que ese derecho individual asiste a miles y miles de jóvenes, quienes han tomado costumbre de congregarse en dos o tres calles de la ciudad. Muy compleja veo yo la cuestión, y pretender que Moratalla resuelva el asunto en dos patadas es pedirle que se convierta en Jesús Gil, más o menos, que eche mano de la Policía Municipal como si fueran sus particulares guardaespaldas y se dedique a repartir estopa a los escandalosos. Lo único bueno de todo esto es que, por fortuna, el alcalde de Granada no es Jesús Gil sino un neurocirujano muy serio que se toma los asuntos públicos como lo que son precisamente: públicos. Y los asuntos públicos se resuelven con la ley en la mano, no a hostias. De modo que los partidarios de la mazmorra ratonera y el par de guantazos, «para que aprendas, niñato», ya pueden esperar sentados, o esparciendo inmundicias en Jardín de la Reina. Cada cual es como es y como lo que es se comporta.

JOSE VICENTE PASCUAL

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