El Ayuntamiento ha de actuar con rapidez para impedir que nuevos usos y costumbres se enquisten como problemaEl botellón como síntomaLLUÍS PERMANYER
Ésta es la razón por la que los usos y costumbres ciudadanos también sufren mutaciones constantes, a diferencia del signo de permanencia que tenía antes. Frente a ello, contrasta la tradicional lentitud de maniobra del Ayuntamiento, muy propia de una institución ciclópea y de la rémora que a menudo supone el lastre de la mentalidad del funcionario más tradicional y con menos iniciativa. (Al atardecer de hace unos días se dio un ejemplo paradigmático: el encargado de echar el cierre al parque de la Creueta del Coll puso el candado pese a que varios ciudadanos que salían le habían advertido de que quedaba gente dentro. Su respuesta fue perfecta, característica del que trabaja a piñón fijo: que eso no iba con él. Es lo propio de la degeneración natural del funcionario; deja de ser humano para tornarse mecánico. Salta a la vista uno de los grandes errores de Marx: cometió la ingenuidad imperdonable de creer que el Estado que soñaba podría funcionar pese a ser todos los ciudadanos funcionarios.) Y el peligro de la lentitud municipal consiste en verse siempre desbordada por la rapidez de los acontecimientos frente a su falta de reacción rápida y adecuada. Además, cuando por fin resuelve actuar, o ya es tarde o bien el problema ya se ha enquistado y alcanza tal magnitud que resulta mucho más difícil resolverlo. Esta digresión viene a cuento por el problema del botellón que ha surgido de pronto a causa de la africanización de las noches puestas bajo el signo turístico. Me encontraba entonces muy lejos de aquí y me enteraba del caso por lo que iban contando las crónicas; temía, lo confieso, que los responsables en aquel momento del gobierno de la ciudad no supieran hacer frente a semejante desafío y se agravara. Me sorprendió gratamente la celeridad y la eficacia que demostró Ferran Mascarell en función de alcalde accidental: amén de ordenar lo típico (actuar contra las ramas: los vendedores improvisados que acarrean las mochilas llenas de bebidas), tuvo el acierto de apuntar al tronco y la raíz (descubrir a los proveedores mayoristas y decomisar cuanto llenaba sus almacenes). Lo que más me importa de tal actuación no es tanto el buen resultado, cuanto la señal que se da: no se va a permitir el botellón. No significa que se abre el reinado de la ley seca; Barcelona debe seguir siendo una ciudad divertida y mediterránea, aunque sin molestar al resto de la ciudadanía que quiere y debe descansar. No se puede admitir que la careta de la tolerancia disimule la falta de eficacia y la mediocridad en la tarea de regir el destino de la ciudad.
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