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Granada, 11/5/3
TRIBUNA

Días de vino y mugre

RUIZ MOLINERO

«LA libertad de cada uno para divertirse como quiera es para mí sagrada, pero una cosa es que la gente se divierta como mejor le parezca y otra que se tome por asalto una ciudad un fin de semana con el pretexto de la Cruz de Mayo, para convertirla, exclusivamente, en una exaltación del alcohol y de la mugre. Aquella fiesta que se rescató, donde el pueblo, los ciudadanos, montaban artísticas cruces, decoraban patios y escaparates y se vestían las mozas y las niñas de faralaes y hasta muchos lucían sombreros cordobeses y claveles en el ojal, ha degenerado en unos días donde la mugre -botellas rotas, plásticos, restos de comidas, papeles- convive con una alucinación etílica en multitud de barras que, sin venir muchas veces a cuento, se instalan en plazas y calles para mostrar que el único fin de la fiesta es emborracharse y enmarranar la ciudad. Quien se hubiese dado un paseo por el Campo del Príncipe el sábado de la cruz, y que no conociese ya la degeneración de una fiesta, se hubiera llevado la horrenda impresión de una plaza donde se amontonaban por todos lados, botellas, plásticos, cochambre por doquier; donde jóvenes y no tan jóvenes deambulaban con litronas , botellones de toda marca y especie, vasijas y demás cachirulos llenos de bebidas alcohólicas. Como las bebidas tienen la propiedad de que hay que eliminarlas, todos los alrededores de la plaza eran un meadero, donde decenas de ciudadanos, al mismo tiempo, adoptaban la conocida postura del regante anónimo.

Yo he visto a extranjeros sacar fotos de estas enormes filas de meones callejeros, más que de las cruces -que no había o eran escasas en muchos lugares invadidos por el alcohol y la cochambre-; de los montónes de basuras, de las botellas rotas por doquier y del festechín donde el uso público del alcohol, en todo tipo de botellas y recipientes, era algo así como la única muestra fehaciente de que se celebraba una fiesta que está sumergiendo a la ciudad en una auténtica exaltación del alcoholismo colectivo, incluso ya sin ningún pretexto folclórico o tradicional. Alcoholismo sin recato ni control fuera de los establecimientos habituales, libre de edades y condición. Ni siquiera era la tradicional marcha de los fines de semana, sino una riada de alcohol, orines, mierda en general, inundando la ciudad.

Cuesta trabajo callar un año más, aunque me llamen aguafiestas, la zafia degeneración de la fiesta de la Cruz de Mayo, en la que a muchos nos gustaba participar, zambulléndonos en la alegría popular, pero que hoy es menester poner pies en polvorosa para que no nos lleve por delante esta riada de alcohol, mugre y ruido en que se ha convertido algo que, por lo menos, tenía un sello de iniciativa, ilusión y esfuerzo popular, dentro, sí, del tópico de los andaluz, pero con alguna más imaginación que llenar durante unos días una ciudad de exaltación báquica, desde las más jóvenes edades, de sevillanas desafinadas y de filas de meones rociando fachadas, esquinas, portales, zanjas y cuantos lugares parecen propicios para dejar el hedor rancio del vino y la cerveza pasada por el riñón.

Algo habrá que hacer para rehabilitar esta fiesta y no dejarla morir, ahogada en su propia cochambre».

Hasta aquí lo que escribía textualmente, título incluido, en una reflexión publicada el 10 de mayo de 1998 y que está recogida en el libro Granada, la bella y la bestia . Ruego al lector que perdone este auto plagio, pero es que cinco años después no tengo que quitarle una coma y, además, representa la incapacidad de los responsables de la ciudad -no hablaremos ya de la irresponsabilidad y falta de civismo de los ciudadanos y visitantes, que ya es cosa conocida y comprobada- para solucionar este problema, como tantos otros. Cuando la escribí, gobernaba la ciudad el PP, ahora lo gobierna la coalición trifásica . Es igual. Los asuntos que hacen a esta ciudad auténticamente cochambrosa siguen en el mismo lugar obstinadamente. Me temo que, además, van a peor conforme pasa el tiempo. El tema de la celebración pestilente, vergonzosa e incívica del día de la Cruz, que convierten a la ciudad en un monstruoso basurero y en un meadero público, nadie le va a poner coto ni siquiera se va a atrever a borrarla del calendario si son incapaces de dominarla. Mucho me temo que voy a poder a refritar este artículo cada año y ustedes a padecerlo. Además, prometo -si el director del periódico lo permite- sacarlo cada año, mientras dure esta calamitosa situación, a modo de protesta continuada, como si un ciudadano estuviese con su pancarta en el mismo sitio para manifestar su protesta ante cualquier cosa. Aquí hasta las denuncias periodísticas o ciudadanas, incluso las aspiraciones de progreso, auténtica modernidad, etc., etc. se convierten en clásicas o históricas porque nadie les hace caso. El libro donde se recojan podría llevar el subtítulo de prédicas en el desierto o sueños de una noche de aquelarre . Por desgracia seguirán tan actuales el año que viene, el otro y el otro

Dejemos pasar la época de promesas electorales y miremos las fechas de caducidad de las mismas. Tenemos los que escribimos de cosas de Granada, entre otras, artículos recurrentes que no pierden un ápice de frescura, la misma que demuestran los responsables, administradores y administrados. Si ellos repiten y venden siempre lo mismo, los que escribimos tenemos también el derecho a no quitarle una coma al tema de actualidad escrito hace cinco años o es posible, en algunos casos, que cien. Vayan a una hemeroteca y podrán asombrarse, regocijarse o cabrearse sobre promesas y denuncias.

En esta ciudad muchas veces viene bien que las cosas no cambien. Significaría demasiado esfuerzo entretenerse en cruzadas nuevas. Hay siempre a mano un arsenal interminable de promesas y denuncias que no han caducado, como supuestamente lo han hecho ya las armas de destrucción masiva que sirvieron para justificar la invasión de Irak y que ahora no encuentran por ninguna parte. Mearse impunemente en una ciudad o en la legalidad internacional todo es empezar.

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