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Barcelona, 28/3/3

El ruido atípico de la paz

Barcelona adopta las caceroladas latinoamericanas para manifestar su oposición a la guerra

Los barceloneses nunca habían recurrido a las cacerolas para manifestarse a favor o en contra de algo
XAVIER MAS DE XAXÀS

La cacerolada del miércoles fue histórica. Salvo una pequeña muestra de solidaridad con Argentina en enero del 2002, que reunió a unas 70 personas en el paseo de Gràcia, la ciudad nunca había recurrido a ollas y sartenes para expresar sus puntos de vista. Sin embargo, las manifestaciones contra la guerra que estos días han ocupado el centro de la actividad urbana, han importado de América Latina esta forma de protesta.

La iniciativa surgió en una asamblea de la plataforma Aturem la Guerra, que cada jueves se reúne en la sede de las Associacions Juvenils de Barcelona, un organismo financiado por el Ayuntamiento. Una de sus portavoces manifestó ayer que “la cacerolada encaja perfectamente con los actos reivindicativos que estamos montando contra la guerra, siempre dentro de la no violencia y el pacifismo”.

La plataforma no esperaba que tuviera tanto éxito. Pero la gente se sintió cómoda haciendo sonar sus cazuelas y ayer, de manera espontánea, utilizando las listas de correo electrónico, convocó otra a la misma hora, las diez de la noche.

El historiador Borja de Riquer no recuerda que en Barcelona haya habido una protesta similar, y lo mismo cree su colega Joan B. Culla. No sólo es la primera vez que los barceloneses hacen sonar las cazuelas sino que es la primera vez que, de manera espontánea, surge una protesta pacífica tan multitudinaria.

Las caceroladas nacieron en el Chile que presidía Salvador Allende en 1973. Fueron un invento de la derecha, que protestaba por la falta de alimentos. Las cazuelas chilenas contribuyeron al nacimiento de la dictadura del general Pinochet y, desde entonces, han servido para propósitos diversos.

Los argentinos recurrieron a ellas para atacar al gobierno durante los meses más trágicos de la última crisis económica y los venezolanos hicieron lo mismo a finales del año pasado para censurar al presidente Chávez.

Los argentinos, al tiempo que golpeaban sus cacharros, gritaban “Se va a acabar, se va a acabar esta costumbre de robar” y “El FMI a la hoguera y un repollo en mi cazuela”. La clase media se había quedado sin recursos financieros y el cacerolazo fue su forma más efectiva de protesta. El fenómeno fue tan atípico que tuvo un impacto muy importante.

Hace un año que, a rebufo de este éxito, las caceroladas se han popularizado en España. Las ha habido en Madrid contra la globalización, en Vigo contra el chapapote, en Alicante contra la ley orgánica de Universidades, en Euskadi contra la dispersión de los presos de ETA y en Ávila contra Renfe por suspender servicios.

Culla considera que la cacerolada es una forma cómoda y poco arriesgada de protesta, que es muy adecuada en las dictaduras. “Está al alcance de todo el mundo. No supone ningún sacrificio ya que ni en los regímenes totalitarios había leyes que prohibieran golpear una olla con una cuchara.”

El historiador reconoce que su importación a Barcelona, en el contexto de la guerra, es más difícil de explicar. Aquí, al fin y al cabo, nadie pasa hambre ni tiene problemas económicos a causa de una grave crisis financiera. La cacerolada, por tanto, habría que entenderla dentro de la bola de nieve que ha formado la opinión pública en contra del Gobierno y a favor de la paz. Culla cree que “surge de un impulso muy primario, poco reflexivo y de una epidemia aguda de sentimentalismo” y se pregunta “¿quién se va a oponer a ella cuando todo el mundo, desde la televisión basura al abad de Montserrat, pasando por el Barça, está diciendo no a la guerra?”

Culla opina que los historiadores deberán buscar las causas de la cacerolada y otras protestas pacifistas en la nostalgia por el mayo de 1968, que perdura en un grupo reducido de intelectuales, en la energía juvenil del movimiento antiglobalización, y en la posición de los medios de comunicación, sobre todo la prensa escrita, en contra de la guerra. “Imagino que dentro de unos años habrá varias tesis doctorales sobre el papel que han interpretado los medios.” Cree que han sido ellos los que han favorecido que la gente salga a la calle y que, en consecuencia, las autoridades hayan ido a remolque de los acontecimientos.

Esta situación ha favorecido que la ciudadanía española alcance un consenso nunca visto desde que se instauró la democracia hace 25 años. Según el CIS, el 91% de los españoles está en contra de la guerra (92,5% de barceloneses, según la encuesta municipal) y a Culla estas unanimidades le causan desasosiego. “Si el CIS hiciera una encuesta sobre si es mejor la democracia o la dictadura, no habría más de un 70% de demócratas en España".

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