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Sant Cugat, 22/3/2003

Árboles y ruido

ALBERT TURRÓ

RODEADO DE AUTOPISTAS POR TODAS PARTES, el silencio es actualmente un lujo que no puede comprarse en Sant Cugat
Tras largos decenios en los que ayuntamientos del más variado pelaje, apoyados con frenético entusiasmo por la iniciativa privada, se dedicaron a esquilmar los bosques del término municipal de Sant Cugat, alguien se ha dado cuenta ahora de que la contaminación acústica en la zona sobrepasa con amplitud los mínimos exigibles, principalmente en Mirasol y Valldoreix. Rodeada la zona de autopistas por todas partes y con un crecimiento del parque de automóviles imparable, el silencio es actualmente un lujo que no puede comprarse en la zona.

El actual Consistorio de Sant Cugat, al que no puede negársele capacidad de trabajo, ha buscado una solución basada en el principio de que el único antídoto razonable contra el ruido al aire libre es la creación de barreras vegetales que lo absorban. En otras palabras, para que el municipio recupere la tranquilidad sonora que se ha perdido hay que dedicarse a plantar estratégicamente los árboles que se talaron hace escasos años, principalmente cuando los responsables de los túneles de Vallvidrera arrasaron con todo tras presentar una declaración de intenciones en la que se comprometían a replantar todos los árboles que iban a talar.

En Sant Cugat, cada árbol tiene un precio, con raras excepciones. Mediante el pago de una pequeña cantidad de dinero, los vecinos han tenido la oportunidad de eliminar impunemente una cantidad ingente de viejos, entrañables árboles, que casaban mal con el modelo semiurbano y asfáltico que se ha impuesto en Mirasol, Valldoreix o Les Planes. Ha desaparecido casi por completo la vegetación tradicional y campa a sus anchas el césped, esa hierba insaciable que necesita ingentes cantidades de agua e infinitos cuidados para mantener el verde esplendoroso al que aspiran todos los propietarios.

La replantación de árboles para disminuir la contaminación acústica se presenta ahora por parte del Ayuntamiento de Sant Cugat como una medida revolucionaria y atrevida. No les falta razón, aunque probablemente el auténtico acto revolucionario se pudo hacer hace ya varias legislaturas con un mayor control ecológico de las necesidades futuras de un pueblo que ha crecido de forma faraónica y desproporcionada en los últimos años.

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