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Valencia, 16/3/2003

Amando García: «Uno de cada diez valencianos se despierta frecuentemente por la noche a causa del ruido»

Amando García Catedrático de Física Aplicada de la Universidad de Valencia y vicepresidente de la Sociedad Española de Acústica, Amando García ha mantenido una intensa actividad académica y científica durante más de cuarenta años. Una parte importante de esta actividad se ha centrado en estudiar los perniciosos efectos de la contaminación sonora en los entornos urbanos y laborales y en aportar soluciones para combatirlos.

Lucas Soler

Nacido en Alcoy en 1934 e hijo de un hombre de letras republicano que fue desterrado al finalizar la Guerra Civil, Amando García se trasladó con su familia a Valencia, donde vivió una posguerra llena de privaciones que no le impidió licenciarse con brillantez en Ciencias Químicas por la Universidad de Valencia en 1957. Como becario inicia una importante labor investigadora en el campo de la Física Nuclear que le lleva a entrar en contacto muy pronto con prestigiosas universidades como las de Birmingham y Oxford. A mediados de los 70, abandona el estudio de las reacciones nucleares para centrarse en el campo de la Acústica. Al margen de sus tareas docentes e investigadoras, siempre en la Universidad de Valencia, Amando García desarrolla una intensa actividad política, ingresando en el Partido Comunista de España. Su militancia le lleva a ser Concejal del Ayuntamiento de Valencia a principios de los 80. Durante más de diez años dirige la Fundación de Investigaciones Marxistas. Entre 1992 y 1997 fue miembro del Consell Valencià de Cultura.

Usted fue pionero en el estudio de los problemas que genera el ruido ambiental. ¿Cómo surgió este interés?

A mediados de los 70, tomé conciencia de las muchas dificultades que presentaban las investigaciones sobre física nuclear experimental en nuestro país y del escaso apoyo que esta disciplina recibía en los ámbitos académicos y políticos. De hecho, todavía hoy en día seguimos sin tener aceleradores de partículas en España. Ante esta situación, y a pesar de la indudable repercusión de mis trabajos de investigación sobre dicha materia, muchos de ellos publicados en revistas internacionales, decido dar un giro de ciento ochenta grados a mi actividad científica, orientándola hacia el campo de la acústica, muy poco desarrollado en aquellos años en España, y en el que se podían realizar aportaciones significativas con medios muy modestos. También influyó en esa decisión el hecho de que dicha disciplina ofrecía una inmediata y directa repercusión social. Mi interés por estudiar los efectos ambientales y sociales de la contaminación sonora surge precisamente en el marco de mis investigaciones en el campo de la acústica.

¿Ese interés era compartido por las instituciones públicas y el resto de la sociedad?

Prácticamente nadie se interesaba en aquellos años por estos problemas. Ni tan siquiera había una verdadera conciencia ecológica, salvo excepciones. A finales de los 70, las cuestiones medioambientales eran una preocupación de cuatro locos. Ante esta situación, me pareció necesario que los resultados de mis investigaciones sobre el ruido no se limitasen al ámbito estrictamente académico, y me esforcé mucho para que tuviesen también la mayor repercusión mediática y social posible. Uno de mis primeros trabajos, en el que participó una colaboradora recién licenciada, fue la elaboración del mapa sonoro de la ciudad de Valencia. Se trataba de una investigación pionera en nuestro país. Aunque existían algunos estudios al respecto en otras ciudades como Santander o Madrid, el mapa acústico de Valencia fue el primero de los realizados en España, e incluyó tanto las medidas de niveles sonoros como el estudio de su impacto sobre los ciudadanos.

¿Cómo consiguió sacar adelante este mapa acústico?

La realización de este trabajo tuvo lugar en un contexto académico y político muy singular. En primer lugar, yo formaba parte entonces del equipo rectoral del profesor Joaquín Colomer. También había sido nombrado Concejal por el Partido Comunista en el Ayuntamiento de Valencia, en sustitución de un compañero de nuestra lista, en una corporación presidida por Ricardo Pérez Casado. Me pareció que mis investigaciones sobre el ruido debían trascender del marco puramente académico y tener una aplicación práctica en la mejora de las condiciones de vida de nuestra ciudad. Sin embargo, mis expectativas no se cumplieron. Hubo que esperar algunos años más para que, desde otro ámbito administrativo, el Conseller de Medio Ambiente, Emèrit Bono, recuperara dicho interés, estableciendo una serie de convenios con la Universidad de Valencia para realizar toda una serie de estudios técnicos sobre este tema. En esos años se tomaron iniciativas muy interesantes, como la creación de una Unidad de Control Acústico o el desarrollo de una ordenanza marco. También prestamos un servicio de asesoramiento a las administraciones locales... El Ayuntamiento de Valencia, que podría haber sido pionero en este sentido, se desentendió del tema durante mucho tiempo y no fue hasta 1996 cuando se aprobaron, al fin, unas ordenanzas municipales sobre el control del ruido, cuando prácticamente todas las grandes ciudades de nuestro país ya contaban con esa legislación. Esta situación se explica no sólo en base a una cierta apatía política, sino que se debe también al hecho de que cuando se promulga una ley o normativa, la Administración correspondiente se ve obligada a aplicarla, lo cual puede generar bastantes problemas. Basta recordar en este sentido los muchos conflictos existentes en nuestra ciudad sobre el problema del ruido generado por pubs y discotecas.

¿Se ha logrado crear esa conciencia sobre el impacto del ruido?

La administración sólo se mueve si existe una exigencia ciudadana para resolver ciertos problemas. En el caso del ruido, la lenta y progresiva toma de conciencia por parte de sectores tan diversos como las asociaciones de vecinos o el propio mundo académico, ha conseguido que las instituciones políticas empiecen a tomar algunas medidas, en mi opinión todavía insuficientes. Sin embargo, España sigue sin tener una legislación sobre el ruido de ámbito estatal, aunque existen abundantes normativas desarrolladas por muchas administraciones autonómicas y las corporaciones locales. Al parecer, el Partido Popular está estudiando desde hace años una Ley estatal en la que se abordarán aspectos tan delicados como la calificación de zonas urbanas sensibles al ruido. Esto implica, por ejemplo, que no se podrán construir centros docentes o sanitarios en zonas ruidosas. Si se aplicase con rigor y retroactivamente esa normativa, el Hospital Clínico de Valencia, por ejemplo, debería ser cerrado, puesto que los niveles de ruido ambiental de la zona en que se encuentra superan con creces el límite de lo permitido en tales casos. Entiendo que la Administración pueda estar nerviosa con la promulgación de esta ley, puesto que también supone controlar el impacto acústico de carreteras, autopistas, aeropuertos o vías férreas...

¿Quiere decir que el ruido se ha convertido en un problema que afecta a la convivencia ciudadana?

Los estudios que hemos realizado nos han servido para determinar, entre otros datos, que uno de cada diez valencianos se despiertan frecuentemente por la noche a causa del ruido. Eso supone que más de cuatrocientos mil valencianos tiene dificultades para dormir por culpa de la contaminación acústica. Se trata de una agresión a la salud muy grave, con consecuencias importantes de todo tipo. Por ejemplo, esa situación puede afectar al rendimiento laboral de los trabajadores o a la capacidad de concentración de nuestros estudiantes. La presión de los ciudadanos ante las administraciones ha conseguido que exista ya una sentencia condenatoria del Tribunal Supremo sobre una demanda por contaminación acústica. Hace veinte años, una denuncia de este tipo ni tan siquiera se hubiese admitido a trámite. Sin embargo, muchas de las quejas y denuncias que se presentan ante la administración se desestiman, puesto que hay muchos intereses en juego y a menudo contrapuestos. En particular, es evidente que los intereses de los propietarios de los locales nocturnos y de los miles de jóvenes que salen a divertirse por la noche entran en claro conflicto con los de los residentes de las zonas en las que se concentran ciertos locales de ocio.

¿Valencia es una ciudad ruidosa?

No sólo Valencia. Siempre se ha dicho que España es el segundo país más ruidoso del mundo después del Japón, aunque esta afirmación podría ser discutida si tenemos en cuenta que el ruido se mide de forma distinta en cada país. En todo caso, es un hecho indiscutible que vivimos en un país y en una ciudad muy ruidosos. Tenemos un gran número de fuentes de ruido en nuestras ciudades. La fundamental es el tráfico, que es responsable del 80% de la contaminación acústica. El parque de vehículos en España ha crecido últimamente de una forma espectacular hasta situarnos en algo más de un vehículo por cada dos habitantes. También hay que denunciar un uso excesivo y en ocasiones injustificado del vehículo privado. Por otra parte, el diseño urbanístico de las ciudades españolas es muy deficiente respecto al de las urbes europeas. En términos generales, grandes ciudades como Londres, Berlín o Amsterdam son mucho menos ruidosas que Valencia. Estas diferencias obedecen sobre todo a razones urbanísticas. Concretamente, en nuestra ciudad abundan las calles muy estrechas, sin apenas zonas abiertas o ajardinadas, y flanqueadas por edificios de gran altura. Este mismo problema lo sufren muchas ciudades mediterráneas con cascos antiguos, en los que nunca se pensó que serían invadidas por tantos coches. Que no se interprete mal lo que acabo de decir. Yo soy partidario de conservar a toda costa nuestras ciudades históricas, y adecuar las condiciones de vida moderna a esa situación y no al revés. La especulación urbanística de los años 50 y 60 (y no sólo eso) contribuyó a diseñar un perfil de ciudad claramente rechazable. Valencia está llena de edificios construidos con materiales de baja calidad y muy mal acondicionados acústicamente. Aún ahora, se sigue construyendo sin cumplir las exigencias de la Norma Básica de la Edificación. Incluso los propios edificios que construye la Administración no se ajustan a esta normativa. Por otra parte, al hablar de este problema tampoco podemos olvidar los usos y costumbres sociales de muchos de nuestros conciudadanos. Con cierta frecuencia nos encontramos con personas que circulan en automóvil por la ciudad, de día o de noche, con las ventanillas de sus coches abiertas y la música a todo volumen. El problema del ruido tiene numerosas implicaciones y afecta a campos tan distintos como el derecho, la salud o el urbanismo.

Dada su dedicación profesional al ruido, supongo que no se sentirá muy a gusto cuando llegan las Fallas y empiezan dispararse las mascletás.

En absoluto. Precisamente he asistido estos días a varias mascletás, un acto festivo que me atrae especialmente. A veces en los congresos a los que asisto algún amigo me pregunta cómo puedo soportar el ruido en Valencia durante las Fallas. Entonces les recuerdo que la definición de ruido es la de un «sonido no deseado». Por tanto, no se puede calificar el estruendo de las mascletás como un ruido, puesto que no es un sonido indeseado, a pesar de que en ellas se puedan superar los 120 decibelios y estemos al límite de causar una sordera irreversible. Como broma, podría decir que, si los que acuden a mediodía a la Plaza del Ayuntamiento durante las Fallas se encontrasen con una mascletá que no superara los 60 decibelios, tal vez lincharían al pirotécnico. La gente acude a ver un espectáculo sonoro de alta intensidad y disfruta con ello. Otra cuestión muy distinta son, por ejemplo, los altavoces del casal fallero del barrio cuyo volumen excesivamente elevado no deja en paz a los vecinos hasta altas horas de la madrugada. También el Adagio de Albinoni a las cuatro de la mañana en el tocadiscos del vecino puede convertirse en un ruido insoportable. Nuestra respuesta ante el ruido no sólo descansa sobre el valor del correspondiente nivel sonoro, sino que se basa también en criterios subjetivos. El sonido de una gota de agua que cae de un grifo por noche tal vez no supere los 30 decibelios, pero puede producir un gran desasosiego en un insomne. Al día siguiente, sin embargo, esa misma persona puede estar haciendo algún trabajo de bricolaje en su casa con las ventanas abiertas y el intenso ruido del tráfico no suponen ningún problema. En cualquier caso, siempre hay que tener en cuenta la existencia de unos límites razonables.

¿Se respetan esos límites en el ámbito laboral?

En nuestro país hay muchos sectores productivos, como las industrias de la madera, el textil o el metal, en los que los niveles medios de ruido son muy altos e incluso pueden ser gravemente perjudiciales para la salud de los trabajadores. Una persona que soporta 90 decibelios durante ocho horas diarias y cuarenta horas semanales a lo largo de toda su vida productiva, experimenta una evidente pérdida de capacidad auditiva. Tras quince años de trabajo, muchos de los operarios de estos sectores que se sometan a una audiometría comprobará que está casi sordo. Según mis estimaciones, en España puede haber algo más de un millón y medio de personas que trabajan a diario por encima de niveles de ruido aceptables. Por si fuera poco, las medidas de protección adoptadas suelen ser insuficientes.

Al margen de sus estudios sobre el ruido, usted desarrolló una militancia política dentro del PCE...

Aunque desde siempre tuve simpatías comunistas, tomé el carnet del PCE en 1976, poco antes de su legalización. El partido me presentó en sus listas por la ciudad de Valencia en las primeras elecciones municipales de la democracia, que se celebraron en 1979. Aunque mi presencia en la lista era meramente testimonial, y estaba en un lugar muy avanzado, tuve que sustituir en el cargo de concejal a un compañero que abandonó ese puesto por imperativos profesionales, en base a mi especial preparación técnica para esa tarea concreta. Eran tiempos en los que el partido contaba entre sus filas con un gran número de artistas, intelectuales y profesionales. En aquellos años, yo trabajé muy intensamente en el partido, en diferentes tareas orgánicas. En 1982 ocupé el tercer lugar de la lista del partido a las elecciones generales. Como se recordará, el resultado de esas elecciones supuso una debacle terrible para nosotros, que viví con gran amargura, y que acarreó una muy grave crisis para el partido. De hecho, la historia del PCE ha estado jalonada por abundantes crisis y cismas. Pese a todo, yo me sigo considerando comunista y, en lo esencial, mantengo hoy las mismas ideas que me llevaron al partido hace más de veinte años.

Usted también fue miembro del Consell Valencià de Cultura a mediados de los 90.
Fue precisamente Izquierda Unida la que me propuso para ocupar ese puesto, que desempeñé durante seis años, en la década de los 90. El Consell Valencià de Cultura nace como un órgano consultivo de la Generalitat, y cuya composición es fruto del consenso entre todos los partidos políticos. Sin embargo, creo que los frutos del trabajo realizado por esta importante institución no han estado a la altura de las expectativas generadas cuando se creó. El CVC podría haber jugado un papel más significativo, pero sus tareas no siempre han contado con el reconocimiento de la administración, los políticos o los ciudadanos. Por supuesto, esta situación no es privativa del CVC, sino que también se observa en instituciones tan diferentes como la Academia Valenciana de la Lengua o la Academia de Bellas Artes de San Carlos, entre muchas otras. El asesoramiento o las recomendaciones pertinentes son recibidas en ocasiones por la sociedad como un mero trámite rutinario sin verdadera incidencia real en la práctica.

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