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Zamora, 14/3/2003
PASABA POR AQUÍ

El ruido

JOSE MIGUEL VIDAL

CREO recordar (la memoria es caprichosa) que una de las cosas que más me impresionaron cuando por vez primera, aún de niño, viajé al extranjero, a Inglaterra, fue el silencio. Llevado probablemente de un cierto complejo de inferioridad, como español tardofranquista, interpreté después que ése debía de ser el 'lenguaje' de las sociedades civilizadas, estables, dialogantes y respetuosas, el silencio. Un niño raro tenía que ser aquél al que (ya) le gustaba el silencio, qué le vamos a hacer. El caso es que España iniciaba entonces una andadura democrática que con el paso del tiempo le ha convertido en un país mucho mejor del que era, perfectamente homologable con los de su entorno -como se suele decir-, pero en el ruido no hemos avanzado nada. España hoy es tan ruidosa como en la época de la Transición. O más.

Hay diversos factores que explican esta proclividad tan nuestra a incurrir en la contaminación acústica. En primer lugar, el carácter jovial, expansivo (qué bien), de los españoles nos condena, al parecer, a cifrar en decibelios la intensidad de las relaciones sociales y esto alcanza el cenit en las bulliciosas concentraciones de ocio (bares, discotecas) que permanecen incrustadas, como puñales, en el centro de las ciudades. Luego tenemos el 'Estado municipal de obras' en el que vivimos, caracterizado por un incontenible frenesí reformista que no deja calle que levantar ni parque por remodelar (el alcalde español hoy es un hombre a un martillo mecánico pegado). Y está también el tráfico. Qué decir de esos motoristas petardos que pasan a nuestro lado de vez en cuando rugiéndonos al oído (ruido viene de 'rugitus'). Me gusta fantasear, cuando esto ocurre, con la posibilidad de encontrar en el suelo un adoquín practicable que poder arrojar a media altura para hacer cesar el estrépito. Es como si decidiera por un momento quedarme al margen del pacto social y optar por la autotutela (pero no he encontrado hasta ahora ese adoquín y mi relación con el Derecho Penal sigue virgen...).

Probablemente por todo esto la gente ha recibido con satisfacción la noticia de la confirmación por el Tribunal Supremo de una Sentencia de la Audiencia Provincial de Palencia que condenó penalmente al responsable de una discoteca por haber burlado con contumacia las limitaciones acústicas causando serios perjuicios en la salud y en la tranquilidad de los vecinos. La lectura de la sentencia del Supremo (una buena sentencia de la que ha sido ponente un jurista cabal que ostentó con dignidad, hace algunos años, el cargo de Fiscal General del Estado en circunstancias difíciles: Carlos Granados) revela que la ofensiva del Derecho contra el ruido es imparable, a partir de la convicción, profesada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y el Tribunal Constitucional, de que hay un verdadero derecho al silencio que tiene la condición jurídica de derecho 'fundamental'. Esto va en serio. Y deberían tomar buena nota de ello, especialmente, los candidatos a las próximas elecciones municipales, para estar a la altura de la sensibilidad de la mayoría, de la mayoría 'silenciosa'.

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