Jerez, 7/3/2003 Cuando el ruido trae cárcelJosé AguilarPARA todo hay una primera vez, pero hay primeras veces que no merecen ser las últimas. Es el caso de la sentencia del Tribunal Supremo que condena a dos años y pico de prisión al dueño de una sala de fiestas de Palencia por los ruidos y vibraciones que emitía el establecimiento. Chapó se llamaba la sala festivo-infernal. Chapó para los magistrados que han empurado al dueño. La sentencia, que constata "la situación de grave peligro para la integridad física y psíquica, intimidad familiar y personal, bienestar y calidad de vida de los vecinos", resulta paradigmática en un país que se distingue por estar entre los más ruidosos del mundo mundial. Es una especie de vocación social irrefrenable. La contaminación de la atmósfera y las aguas tiene mala prensa, pero la contaminación acústica se suele disculpar con la excusa de que somos una nación mediterránea y callejera, bullanguera y gritona. Aun así, ¿qué tienen que ver la cultura de la calle con la música del coche a todo trapo, las motos con el tubo de escape trucado, el tocadiscos nocturno que agrede al vecindario y los cánticos, o berridos, que acompañan a la ingestión de alcohol en masa? Lo mismo que el culo con las témporas. Un par de casos así, con este ejemplo convertido en jurisprudencia, y habremos dado un paso de gigante hacia la civilización, teniendo en cuenta que la inteligencia humana acostumbra a ser inversamente proporcional a la capacidad para soportar y producir ruidos. Claro que para eso los vecinos palentinos damnificados han tenido que emplearse a fondo, con tesón y esfuerzo, durante siete años. Lo que ha pasado en estos siete años es también un ejemplo de cómo se desarrollan estas luchas ciudadanas pequeñitas que acaban siendo victorias colectivas. Desde las primeras quejas al Ayuntamiento local, el gachó de Chapó recibió cinco requerimientos municipales, cuatro multas, una suspensión temporal y diez resoluciones autonómicas con sanción. La respuesta del empresario también fue de lo más común: pagar las multas, que es lo que hacen muchos golfos de la patronal de la noche en la convicción de que se trata de un coste de explotación más, que se amortiza gracias al carácter floreciente de un negocio que se hace a costa de la salud ajena. Menos mal que los ajenos fueron tercos y acudieron a la vía penal, gracias a la cual la media España que gusta de descansar por las noches está ahora dando botes -silenciosos- de alegría. Calla si no puedes mejorar el silencio, dijo el clásico. Veo difícil convencer a los ruidosos descerebrados de que el silencio alimenta el espíritu y permite pensar, incluso de que se disfruta mejor de la música a bajo volumen que a alaridos, porque eso sería paladearla y ellos buscan más bien atragantarse. Y más difícil aún, prácticamente imposible, que bajen el tono por puro respeto al vecindario. No hay más salida que el Tribunal Supremo. Superior el tribunal, y superior la sentencia.
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