Salamanca, 25/08/03 El silencio ha muertoCharo OrgazCreemos algunos ciudadanos de la cada vez más decadente urbe, reflexionando acerca de la incoherencia de muchos aconteceres de la vida de cada día, que nuestra condición de europeos queda todavía en las antípodas, siendo ésta fruto del esfuerzo individual, pero bajo la inteligente batuta de los pastores del rebaño social. Pero cuando éstos, léase políticos en ejercicio del mando, han perdido el rumbo y la masa que los ha aupado al poder sale fuera de sus mezquinas miras, empezamos a envidiar el nivel y calidad de vida que, para los que por ello suspiramos, disfrutan los ciudadanos de Pirineos para arriba y a peor cuando más nos acercamos a los Mares del Sur. Para muestra, un botón:Gracias a la aplicación de la tecnología punta (?), los residentes en varias de las impolutas vías de mayor densidad de uso hemos podido permanecer relajados en nuestros habitáculos --incluso en horas del almuerzo y atardeceres-- mientras las telefonías, en el intento desesperado de recuperar el desfase propiciado en su día por los devaneos de aquel señor barbado, conocido por Solana, con la fibra óptica que hacía lo posible por devolver al auricular su prestigio como medio de comunicación rápido, abriendo zanjas a toda pastilla. Todo por la mamá patria y por los que siguen trepando un buen puesto en la escala del funcionariado, sin mirar hacia abajo por miedo al vértigo, perdiendo así la noción de la realidad. Retumban aún en los oídos sufrientes de muchos vecinos de la culturizada ciudad de Salamanca los ecos de las perforadoras, usadas en plan masivo --una vez que llega el sol primaveral-estival-- e ininterrumpido, y cerradas ya las zanjas correspondientes, cuando vemos --sentimos, sufrimos en carne propia-- cómo llega la contrata/subcontrata de turno y a menos de cuarenta metros de las anteriores y en paralelo, abre otra. Vuelta a los ruidos, vuelve el sistema nervioso (y los sistemas con él conectados con el digestivo) a saltar por los aires, machacados además por la obsesionante idea de: ¿no se podían haber puesto de acuerdo telefonías/seraguas benditas/iberdrolas que alumbran, etcétera, y abrir una única trinchera para todos los conductos? Agravada por otra que realizaría: ¿no vendrá ahora el metro a abrir una tercera para ocultar sus vergüenzas? ¡Viva la coordinación y venga a nosotros tu reino! ¿Esperanza vana en un cercano apocalipsis? ¿Nos asfixiará la incompetencia de los que manejan la vaina? No hay mejor ciego que el que no quiere ver, pero los observadores de la vida (los que siguen el movimiento de ciertos vividores) podemos ver, demasiado de cuando en vez, cómo algunos de los operarios que faenan metidos en las cunetas de estas obras viales (que parecen no tener fin) recogen los escombros en recipientes cuestionables, a unos escasos 60 centímetros --al mismo nivel de los ojos-- de la punta en acción del martillo neumático arrojando esquirlas sobre sus cabezas, e indiferentes al riesgo de tener que pasar a depender de la venta del cuponazo; claro, no en vano están asegurados... Así van las estadísticas de accidentes en el ámbito laboral en España y así se dispara el costo de la llamada Seguridad Social; vengan normas, que ni se cumplen, ni se hacen cumplir como debieran, ni se vigila y penaliza el incumplimiento. Que el tercermundismo se trata de conjugar con los trenes de alta velocidad, más para la galería que una necesidad real, amén de la locura del cambio en el ancho de vías. Todo un derroche de fantasía, a un costo prohibitivo para un país cuya ciudadanía está mucho más necesitada de otros servicios sociales --básicos para ser disfrutados por una mayoría que no figura en las estadísticas elaboradas por el poder. Los lujos después, antes aprender (o enseñar) a usarlos con respeto y sentido de la solidaridad (entre las noches del botellón , que no dejan dormir, y las obras de misericordia , que no dejan papear y que alteran los biorritmos del ciudadano normal, acá vamos a terminar majaretas); para ello, nada mejor que volver a incluir en los programas de enseñanza aquella fosilizada asignatura llamada urbanidad, a la que habría que enriquecer con un capítulo sobre el valor --y la necesidad mental y orgánica-- del silencio, que es el verdadero oro.
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