El 'botellón' irrumpe en las playas y otros espacios públicos de BCNOCIO CONFLICTIVO // PROBLEMAS POR UNA FORMA DE DIVERSIÓN INÉDITA EN LA CIUDAD
PATRICIA CASTÁN
El binomio verano y alcohol callejero no es nuevo en algunas zonas de Barcelona, aunque su presencia era mínima y más discreta. Este año, sin embargo, miles de jóvenes --y no tan jóvenes-- se entregan a esta modalidad de consumo barato instalados en el suelo o en la arena, y provistos de un arsenal alcohólico. El creciente fenómeno de la venta ambulante --e ilegal-- de latas de cerveza ha dado alas a este neobotellón. Las continuas incautaciones de latas que hace cada fin de semana la Guardia Urbana no sirven de mucho. Inmediatamente, los vendedores --básicamente paquistanís-- se reabastecen en pisos donde esconden el género y vuelven a la calle. Más complicado aún resulta impedir el consumo en grupo, ya que las ordenanzas municipales sólo especifican la prohibición si produce molestias al vecindario, y la deja a discreción de la Guardia Urbana. Las noches del fin de semana pasado, el centro de la ciudad fue pasto de los excesos alcohólicos, la ocupación de algunas plazas y, finalmente, la correspondiente tanda de vómitos y orines. RUTA ETÍLICA Antes de las diez de noche del viernes, la plaza Reial tenía ocupados todos sus minibancos (de una plaza, para evitar que se conviertan en punto de reunión). Grupitos de jóvenes se habían instalado provistos de packs de seis cervezas, y grandes botellas de refresco donde mezclar los cubalitros. A medida que avanzó el reloj, un manto de latas vacías cubrió la plaza. Otro tanto sucedió en la de George Orwell y, en menor medida en la de Catalunya, donde se dan cita algunos grupos, sobre todo de suramericanos. Hacia las dos, la plaza del Sol, en Gràcia, era un hervidero de consumidores de alcohol a destajo, formaban grupos en círculo y era difícil moverse entre ellos. Lo mismo sucedía en la plaza Reial, pese a la continua presencia de policías --cuya misión confesada era mantener a los carteristas a raya-- y de urbanos, que realizaban tímidas incautaciones de latas. Mientras una pareja de agentes hacía una denuncia, una quincena de vendedores vendía a diestro y siniestro sin recato. Los bebedores más ahorradores llegaban con bolsas del supermercado a rebosar de botellas de vino y licores. A esa hora ya había un par de jóvenes tendidos en el suelo, completamente ebrios. Cuando la policía hizo incorporarse a una chica, ésta abrió los ojos a tiempo para vomitar en el suelo, convertido en un auténtico vertedero. "No es culpa nuestra que los bares y discotecas se quieran hacer ricos a nuestra cuenta", argumentaba Àngel, un asiduo, "harto de pagar siete, ocho o más euros por un cubata". Empresarios consultados en la zona, por contra, criticaban la impunidad con que se bebe en la calle. Las celebraciones se fueron extinguiendo en el centro, mientras en otros puntos resistían, gracias a la música. Era el caso de las playas, con menos luz y miradas ajenas, donde podían verse neveras portátiles para aguardar el amanecer.
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